-¿Estás bien?
-No mucho, la verdad.
Era curioso, cómo una persona que apenas me conocía era
capaz de darse cuenta de mi estado de ánimo con tan sólo una breve conversación
a través de mensajes en el móvil.
Os contaré una historia en la que aún estoy inmersa. No sé
si quiera cómo continuará, si tendrá un final feliz o si carecerá siquiera de él.
Aun con todo sí que conozco su principio y me atrevería a situarlo en esa frase
escrita en la pantalla de mi teléfono: “¿Estás bien?”. Sí, no me cabe duda, ahí
empezó todo.
-¿Te apetece salir?
-¿Ahora?
-Bueno… sí. Dentro de un rato. Podemos tomar algo si te
parece.
-¡Hecho!
No pude evitar sonreír por la propuesta. Seré sincera, ella
me gustaba a pesar de creerla hetero. Sería horas después, entre copas, cuando
me confesaría su bisexualidad y su situación en la familia. Pero no adelantemos
acontecimientos y sigamos por donde iba…
La esperaba en una plaza bastante amplia y concurrida de la
ciudad. Pronto la distinguí de entre el gentío. Es una chica muy característica
con su gorra hacia atrás, su melena larga y rubia, su tez fina como la de las
muñecas de porcelana, su camisa desabrochada, sus pantalones cortos y sus botas
negras. Le faltaba el skate que a menudo llevaba consigo. Lo que no le faltaba
era esa bolsa/mochila que siempre cuelga en su espalda. Sí, la miré de arriba
abajo y luego la saludé con un abrazo más cordial que cercano.
Debo decir que nunca antes habíamos quedado. Las pocas
miradas que habíamos cruzado habían tenido lugar entre clases. Agradecí mucho
su simpatía y su disposición para animarme. Interpreté todo ello como un gesto
de buena fe más que cualquier otra cosa, aunque tras el giro de los
acontecimientos no sé realmente qué pensar.
Primero dimos un paseo durante el cual empezamos a
conocernos algo mejor. Tras el mismo nos fuimos a cenar, pero de todo ello hay
poco que destacar más que algunas indirectas o miradas atrevidas.
Eran las once de la noche cuando me insistió en que fuésemos
a tomar unas copas. Acepté sin pensarlo demasiado. Me dejé convencer
básicamente porque quería estar con ella. Me llevó a un lugar cercano pero muy
tranquilo. Había algo de música de fondo y un juego de luces que aportaba al
conjunto un aspecto bastante… íntimo.
Uno de los gestos que más me sorprendió en la noche fue que,
tras pedir la consumición, me acompañase agarrada de la mano hacia una de las
mesas altas del bar. En ese momento intenté no darle mayor importancia. Total,
es esa clase de comportamientos que tienen muchas chicas hetero cuando salen
con sus amigas.
Pero la cosa no quedó ahí. Hablábamos de mí, de lo que me
pasaba. Le comenté que lo había dejado con mi novia recientemente y que no me
encontraba en mi mejor momento. Acto seguido, se levantó de su asiento y se
acercó a mí para darme un abrazo. Juntó sus labios a mi oreja y dijo en voz
baja: “Eres una chica increíble, nunca lo olvides”.
Me limité a darle las gracias, no sabía cómo reaccionar a
eso. Por otro lado, cerré los ojos durante un instante eterno para imaginarla
susurrándome como hacía, de cerca, mientras su abrazo se deshacía en caricias
sobre mi cintura. Fue extraño, pero empecé a desearla aún más. Ya no se trataba
de una cara bonita ni de una chica con estilo; todo para mí había pasado a otro
plano. No sabría deciros si me refiero a algo carnal o sentimental, lo único
que tengo claro es que empecé a tener ganas de ellas sin pensar en nada más,
dejar que el resto del mundo desapareciese y que ella nunca dejase de abrazarme
o de hablar tan cerca de mi oído y mi cuello.
La conversación continuó tratando el tema de su orientación
sexual. Se consideraba abiertamente bisexual, aunque por cómo lo expresaba me
daba la sensación de que lo decía por aceptación social. No importaba, era
simpática y me alegraba estar conociéndola. Me sentía cómoda, segura. Es una
sensación muy dulce percibir en pocos minutos que puedes confiar en alguien.
Salimos a la puerta para fumar. Éramos las únicas allí.
Hacía frío pero poco nos afectaba eso. Tomó una gran calada de su cigarro, se
puso ante mí y se acercó para soltar todo el humo contra mi boca. Me pareció un
gesto provocativo, gesto que repetí hacia ella. Nos miramos como congelando el
espacio tiempo y pronto apartamos las miradas hacia otro lado. La situación se
volvió tan silenciosa como tensa.
Casi sin darme cuenta me vi atrapada entre ella y la pared.
No tenía escapatoria y el alcohol se encargaba del resto. Posó una de sus manos
en mi cintura y llevó la otra a mi nuca. Avanzó y me apretó contra sí “robándome”
un beso que yo estuve encantada de darle. La cabeza me daba vueltas, los
acontecimientos me superaban y no podía menos que rendirme a ella.
Se me olvidó todo aquello por lo que estaba triste. Ahora,
en cambio, me sentía desconcertada. Caminamos juntas en silencio, sumidas en
una calma no tensa pero sí incierta. Me acompañó hasta el portal de mi casa,
donde permanecimos un par de minutos sin saber qué decir. Finalmente, ella
rompió el silencio:
-Espero que volvamos a vernos pronto.
-Seguro que sí- respondí esquivando su mirada.
-Escríbeme.
Dicho esto, sujetó mi barbilla sin esperar una respuesta de
mi parte. “Quiero que estés bien”, fue lo último que dijo. Juntó sus labios a
los míos y los pude sentir con toda su ternura. Su respiración estaba ahora más
sosegada que en nuestro anterior beso.
“Buenas noches”.
***
Leo Sarmed. 2016.
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