No os lo había dicho, pero ella se llama María. Me llamó una
semana después para pedirme un favor un tanto especial. Al parecer le habían
hecho un envío y tenía que hacerse una sesión de fotos para mostrar las
prendas. Lo tenía todo preparado: su réflex, el maquillaje y el estilismo que
utilizaría, así que me dispuse enseguida y salí a su encuentro.
Pensé que las fotos se harían en exteriores, pero me
equivocaba. Aquel día me enseñó por primera vez su dormitorio. Entré
siguiéndola a ella, vestida con un primer conjunto de pantalones cortos y
blusa. Estaba preciosa.
La habitación era increíblemente grande y estaba adornada en
tonos pastel. No la imaginaba así para nada, no iba con ella. De cualquier modo
era igualmente bonita. Preparó unos focos y toda la luz se centró en la cama.
Allí se puso, dando unos pequeños saltos antes de empezar e invitándome a
unirme. Decliné la propuesta, exhibiendo un fingido gesto serio con la cámara
en la mano y lanzando un par de instantáneas imprevistas.
Repentinamente se levantó de la cama y tiró de mi brazo,
haciéndome caer junto a ella. No pude menos que reírme. Intenté huir, pero me
lo impedía con fuerza. Tomó la cámara e hizo algunas fotos de nosotras, juntas.
“Creo que con esto será suficiente para este conjunto.
Pasemos a otro”. Esperé sentada y despeinada mientras se dirigía hacia su
armario en busca de otras tantas prendas. Sacó algunas perchas y finalmente se
quedó con un top ajustado y una prenda visiblemente delicada. Guardó todo lo
demás:
-Todo esto para otro día- dijo guiñándome un ojo.
Se puso de espaldas y comenzó a desnudarse. No pude evitar
sentir un calor sofocante ascendiendo por mi vientre, mi pecho y mi cara.
Seguramente me ruboricé. Mi respiración se agitó y traté de guardar silencio
para que no me notase nerviosa. Ella tampoco dijo nada. Dejó su espalda
descubierta y se colocó el top ajustado. Acto seguido, se inclinó hacia
adelante y fue bajándose el pantalón a la par que la ropa interior, mostrándose
desnuda de cintura para abajo. El calor de mi rostro no conocía límites. Entreabrí
la boca y liberé un suspiro mudo.
Como si lo hubiese escuchado, María se giró quedando de
medio lado, semidesnuda y perfilando en el contraluz de los focos las curvas de
su figura. Volvió a inclinarse para vestir la prenda que faltaba, una braga de
fantasía con algunas cadenas y abalorios colgando. Se encaminó a su cómoda y de
ella extrajo un precioso collar a juego con lo que vestía. Me pidió que se lo
pudiese yo, así que me coloqué detrás y tomé el collar con todo el cuidado que
fue posible.
Nuestras miradas se cruzaron en el espejo que colgaba sobre
la cómoda. En sus ojos encontré un atisbo de deseo, una petición sin palabras
que me suplicaba algo más que simples fotos. Por un momento pensé en acariciar
su cuello, incluso en besarlo, mientras ponía ese collar. Pero no, no lo hice. Contuve
el aliento y volví a la cama para recoger la cámara.
Posó tumbada, seduciendo constantemente a la cámara. Ambas
sabíamos que la fotografía allí era lo de menos. La sesión pasó a convertirse
en una lucha entre su sensualidad y mi deseo. Sabíamos también que de esa lucha
perderíamos ambas…
Dejó de posar. Me quedé desconcertada, sin saber si seguir
tomando instantáneas o no. Se levantó de la cama con suma calma, como en estado
de éxtasis, se acercó a mí, bajó la cámara y la dejó en una mesa cercana. Se
dispuso justo ante mí y a escasos centímetros de mi boca me susurró: “Hoy
vienes preciosa”. No podía resistirme a aquella diosa así vestida y mirándome
con tanta lascivia.
Me llevó contra el armario y me besó sin preámbulos. Mi
corazón iba a mil por hora y, una vez más, me dejé hacer.
Levantó mi camiseta e introdujo su mano por mi cintura.
Parecía no saciarse aún de mí, pedirme más, querer en todo momento más. Sin
previo aviso, desabotonó mi pantalón y acarició el borde de mi ropa interior. “No,
por favor”, susurré para mis adentros. Pero lo hizo, comenzó a tocarme y todo
mi calor se concentró en esa zona de mi anatomía como para recibirla.
-Ya estás mojada…- dijo con un tono sarcástico de sorpresa.
Sí, estaba lubricada y sumamente excitada. Sus dedos se
movían con gran habilidad por mi sexo y mis piernas comenzaban a flaquear. No
entendía lo que me estaba pasando, era tan intenso…
Mordió mi labio inferior con fuerza mientras comenzaba a
aumentar el ritmo de su masturbación. “No…”
-Sí… te gusta…- susurró a mi oído abocándome al mayor de los
abismos. Tenía los ojos cerrados y apenas podía pensar. Todos mis sentidos se
perdían entre su voz, su tacto masturbándome y sus besos intermitentes.
Se detuvo. Fue a la cama y me hizo un gesto para que la
siguiera. Me senté a su lado y dejé una de mis manos deambular por su pierna.
Ahora me tocaba a mí acariciarla, sentirla despacio y suave. Le retiré
completamente la prenda de la parte inferior y la dejé como hacía escasos
minutos, desnuda de cintura para abajo, vestida únicamente con el top y el
collar. La acogí entre mis piernas y separé sus muslos con mis manos. Me esmeré
en besar su cuello mientras comencé a masturbarla sutilmente.
Todo su pelo caía por un lateral buscando su pecho. Deslicé
los tirantes del top y lo dejé a la altura de su vientre, liberando su pecho
para mi deleite. Me puse de frente y la besé, ambas sentadas sobre la colcha de
su cama. Besé también su cuello, su clavícula, su hombro, sus pechos. Jugué con
sus pezones, duros entre mis labios y seguí tocándola como si no hubiese un
mañana. Me junté más a ella si cabía y nos dimos calor mutuo. La notaba más
tensa, rígida y jadeante. Me encantaba tenerla así: tan cerca, tan dispuesta y
gozando…
Pronto estábamos ambas tocándonos mutuamente encima de su
cama sin pausa alguna. Sus gemidos me excitaron sobremanera y provocó el inicio
de los míos. Nos encerramos en un círculo de placer del que sólo había una
salida posible. No tardó en llegar. Bastaron algunos minutos para dejarnos caer
la una sobre la otra exhaustas y sudorosas, nuestro deseo culminado.
Ahora nuestros latidos volverían gradualmente a un ritmo
normal. También nuestro aliento y nuestra temperatura. Dejé mi cabeza reposar
sobre su pecho y perdí la noción del tiempo. No dijimos nada. De nuevo, perdíamos
las palabras, aunque tampoco hacían falta. Mi mente se mecía en el vaivén de
sus inspiraciones y espiraciones hasta quedarme profundamente dormida.
Lo mejor de todo es que tras toda noche espera un amanecer.
Y sí, mi amanecer sería junto a ella…
***
Leo Sarmed. 2016.
Relato dedicado a @VersionLes, una gran amiga twittera, gran consejera y mejor bollera.
Leer Capítulo 1
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