sábado, 11 de junio de 2016

EL MASAJE | Parte 1 (Erotismo gay)

Presioné un botón y la música empezó a sonar gradualmente. Toda una recopilación de sonidos nos evocaba a un oriente próximo, a las fantasías de las mejores narraciones del romanticismo. Me senté ante él en la cama. Todo estaba preparado, mi cuerpo semidesnudo ante su cuerpo completamente desnudo. En mi mano derecha, una cerilla prendida. En la izquierda, una vela de color rosado. Acerqué la llama ante su atenta mirada y la mecha pronto empezó a arder. Paseé aquel fuego por delante de sus ojos durante un escaso minuto, pero eso sí, muy despacio.

Yo soy de los que piensan que los momentos de placer hay que vivirlos despacio y, cuanto más, mejor. Lo bueno hay que eternizarlo, y eso hacía en todo momento. Intentaba grabar en su memoria y perpetuar para siempre cada instante que la noche regalaba.

Solté la vela sobre la mesita de noche y le indiqué que se pusiese cómodo. Se tumbó de espaldas a mí y me coloqué a horcajadas sobre su cuerpo. El ambiente comenzaba a oler a algo erótico y afrutado. Una tenue y lejana luz bañaba una situación templada, ideal.

Primero una ligera toma de contacto de las yemas de mis dedos sobre sus hombros, cayendo por su espalda como lo hace el agua de una cascada. No había prisa y el momento se tornaba más dulce cada segundo que pasaba. Silencio, relax y toda una noche por delante. Todo ello, junto a su cuerpo y el mío, formaba la combinación perfecta.

Mis caricias se prolongaron un par de minutos más. Descendían y volvían a ascender. A ratos se aventuraban por su pelo y provocaban ligeros escalofríos en su piel. Sucedía lo mismo por sus hombros, sus brazos y sus manos. Mis dedos se introducían entre los suyos y se fundían rápidamente por el resto de la mano como dispersándose por su piel.

Me detuve. Tomé la vela aún encendida y la sujeté en alto sobre su cuerpo. Volteé ligeramente el recipiente que la contenía y el aceite cayó en su espalda, liberando algunas gotas que caían por su cintura hasta llegar a la toalla que protegía la cama. Dejé de nuevo la vela y esparcí todo ese aceite por su piel. El olor parecía intensificarse, generando en ambos una sensación sumamente agradable. Comencé a masajear su espalda y ascendí a sus hombros, en los cuales me entretuve. Mis nudillos se deslizaban por su columna vertebral y las yemas de los dedos aplicaban su fuerza en todo el contorno del cuello. No pudo escaparse tampoco su cintura, sus brazos ni, más tarde, su cabeza.

En ésta última hice énfasis. Me adentré en su nuca con la mano en garra y provoqué toda una corriente incontrolable que trepaba por su espalda hasta el punto de encuentro de su cuerpo y el mío. Quizás os preguntéis cómo puedo saber algo así. Muy sencillo, quien sea aficionado a dar masajes sabrá el nivel de conexión que puede lograrse con esa otra persona, cómo podemos interpretar en la piel que vemos y tocamos las sensaciones más puras que subyacen en el encuentro. Hay quien incluso puede leer en esa piel los deseos más vivos de la persona. Es algo que roza lo mágico…

Movido por la atracción que el olor me producía, me incliné hacia adelante y me atreví a probar su hombro y su cuello. Besé esa zona con sumo gusto, notando un ligero sabor a cereza delicioso. Pude ver como sus labios se entreabrieron y liberó un suspiro.
Mis manos y mis labios jugaban entonces a la par. Dejé por un momento de pensar en su placer y me detuve a deleitarme del mío, del sabor, del tacto suave, de estar en contacto con él, de tenerlo entero desnudo para mí y de contar con todo el tiempo del mundo para disfrutar.

Mis manos fueron descendiendo por todo su torso como abrazándolo intensamente y llegaron al  término del mismo. Me incorporé y retrocedí unos cuantos centímetros. Atrapé sus nalgas entre mis manos y masajeé sus glúteos como minutos antes hice con su espalda. Proseguí mi descenso por sus muslos y luego por sus gemelos. Ascendí nuevamente masajeando con fuerza ambas piernas, jugando un poco al llegar a los muslos tocándolos por su parte más interna. El ascenso esta vez se anunciaba fatal, acercándose a una zona erógena por excelencia. Pero no, no llegué a terreno prohibido, no aún. Volví a sus glúteos y repetí el ciclo completo de masajeo.

Retomé mi posición inicial, acerqué mis labios a su oreja y la mordí levemente. Su cuello se contrajo un poco y entonces le susurré: “Gírate”.
Quería tenerlo frente a frente, aún tumbado, para continuar mi masaje por ese otro lado del cuerpo. Obediente, siguió mis instrucciones y me regaló una mirada que mezclaba calma y deseo a partes iguales.

Como para mantener la simetría, comencé mi masaje por sus hombros. Este continuaba por su pecho, jugueteando con sus pezones y rodeando con un dedo su ombligo. Su vientre se rendía visiblemente a mis manos y sus caderas simplemente se dejaban hacer. 

Acerqué mis labios a su vientre sin apartar la mirada de sus ojos. Una conexión brutal nos unía: deseo contra deseo, el tacto de nuestra piel, de nuestra desnudez y de nuestras pasiones desatándose tan lentamente…

Acaricié su pubis. Lo hice con los ojos cerrados, notando el tacto de un vello insinuado. Descendí a un ritmo agónico, sin tan siquiera saber qué camino guiaría mis pasos, con la cabeza inclinada al cielo y los latidos de mi corazón acompasado al de él. Lo sabía, podía notarlo. Vivíamos con la misma intensidad cada milímetro del tacto. Éramos, entonces, uno sólo. Me detuve al notar la base de su pene en creciente erección. No, todavía no.

Con el dedo índice de cada mano acaricié el comienzo de ambas piernas y seguí por los muslos. Sí, por el interior de ellos. Abrí los ojos y lo encontré con gesto intenso, aún con los ojos cerrados y la boca entreabierta como respirando a base de suspiros entrecortados.

Me senté en la cama y abrí el cajón de la mesita de noche. Todo estaba perfectamente preparado. De allí cogí un botecito y vertí un fluido rosado sobre mis dedos. El sabor de la cereza del aceite de la vela esta vez en un gel lubricante. Recomiendo comprar esos productos en pack para mejorar este tipo de experiencias.

Él me miró con aire intrigado. Acerqué mi dedo mojado en gel a sus labios y se lo di a probar. Acaricié sus labios, luego su lengua y vuelta a empezar. Vi como su miembro se endurecía mientras su boca jugaba con mi dedo y viceversa.

Su respiración se fue agitando más y más. Mi excitación era asimismo difícil de ocultar. Me levanté y, de espaldas a él, me desprendí de la única prenda que me cubría, mi bóxer. Eché un vistazo y comprobé cómo mi hombre se mordía el labio inferior y me invitaba sólo con el gesto a volver con él. Eso hice, me tumbé sobre él, sintiendo esta vez todo nuestro cuerpo desnudo en contacto con el calor ajeno. Comenzamos a besarnos, pero despacio, muy despacio… Su boca sabía a gel de cereza, deliciosa… En ella me entretuve largo rato mientras nuestros latidos se encontraban al igual que hacían nuestras erecciones enfrentadas.

Me senté de nuevo a horcajadas y llené mi mano con más gel lubricante. La llevé a su miembro y lo mojé bien, masturbándolo rítmicamente. Él, mientras tanto, se limitaba a dejarse hacer. Nos comunicábamos con las miradas, que gozaban entonces de una intensidad sin precedentes. Masajeé bien su falo desde la base hasta la punta mientras la otra mano se entretenía haciendo lo suyo en los testículos. Su cuerpo se contraía un poco por el placer. Su gesto, también contraído, me indicaba todo el camino. Era fácil…

Lo que pasó en adelante es algo que ya os contaré. La noche fue muy larga y este ha sido tan sólo un breve fragmento de la misma.


            ©Leo Sarmed. 2016.


¿Queréis más?
PARTE 2


          


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