Estaba sentado sobre su cuerpo. Dejé de masturbarlo para
acto seguido dirigir el extremo de su miembro al encuentro de mis nalgas. Lo
situé bien en la línea de mi culo y acompañé el roce con más lubricante. Una
vez conseguida la situación deseada, me incliné hacia adelante y comencé a
moverme suavemente para que su miembro se deslizase por la línea de mi culo sin
llegar a entrar. Me gustaba jugar y, a juzgar por su gesto entonces, a él
también le atraían mis juegos.
Proseguí con mis movimientos de vaivén intensificando el
roce por momentos. Me encantaba sentirlo tan duro y humedecido, resbalando sin
problemas por mi piel. Quizás la situación daba pie a un polvo totalmente
predecible y simple; bastaría avanzar un paso introduciendo el miembro y
sentándome despacio mientras contraigo el rostro por un breve dolor inicial.
Pero no. No me gusta hacerlo tan simple. Y no lo hice.
Todavía nos encontrábamos en el área de los preliminares. Me
encanta este sitio: tan extenso, tan eterno y agónico… La imaginación suele
desbordarse en este punto y, bien jugado, no deja lugar al retorno. Me levanté
de la cama y le indiqué que me siguiese. Llegamos al salón y pronto nos
envolvió un olor a incienso afrodisíaco. Provenía de una barra que había estado
ardiendo mientras se desenvolvía la magia en el dormitorio.
El masaje aún no había acabado, sólo cesaba de forma
intermitente. Era mi hilo argumental, un hilo que adoptaría diversas formas a
lo largo de todo ese relato llevado a la realidad. Le hice sentar en uno de los
sillones y rápidamente lo esposé a los reposabrazos de madera. Sonrió con
cierto aire de sorpresa. Me gusta…
Coloqué ante él otro de los sillones del salón y en éste me
senté yo. Cabe recordar que estábamos desnudos y lo cierto es que ya bastante
calientes. Conteniendo todos mis instintos seguí el juego evitando lanzarme a
rematar cualquier faena posible. Me senté con las piernas abiertas, mirándolo
fijamente. Mientras, me acariciaba las piernas con tranquilidad y picardía. Lo
mismo hice con mis testículos, invitándole con mis gestos a mirar mi zona
íntima. Lo hacía, su mirada deambulaba entre la mía y mis genitales. Liberaba
unos suspiros incontrolables del deseo de comerme allí mismo. No… todavía no.
Las caricias se sucedieron por mi torso mientras cambiaba de
posturas. Ahora me ponía de lado, luego de pie, más tarde arrodillado.
Cualquier idea era válida para prolongar más y más el momento. No obstante, en
mi mente había una regla fría y manipuladora en la que primaban las
expectativas: cada nuevo movimiento debía acercarme un poco más a él.
Evidentemente, su erección se mantenía en todo momento en su máximo nivel. Yo
también se la observaba a ratos, deseando a más no poder probarla en
condiciones.
Llegado a sus rodillas, me puse en pie y me di media vuelta.
“Tócame”, le pedí a sabiendas de que le era totalmente imposible. Tan sólo
soltó una leve risotada de impotencia y encontré un gesto suplicante. Me incliné
para acercarme a él. Me senté sobre su regazo y volví a pedírselo: “Tócame,
hazme tuyo”. Esta vez fue un profundo suspiro lo que soltó por la boca. Suspiro
que llegó a mi nuca y la recorrió como un escalofrío. Me eché hacia atrás y mi
espalda se unió a su torso. Besó como pudo mi cuello e hizo un amago de
arrancar las esposas; pero no pudo.
El deseo seguía creciendo y el juego avanzaba. En el
siguiente nivel puse unas reglas. Le quité las esposas, pero seguía sin poder
tocarme. Si cumplía, obtendría su recompensa. Atrapando sus rodillas entre mis
piernas y muy cerca de él comencé a ponerlo a prueba. Eché algo de saliva en mi
mano y me la llevé al pene. Me masturbé ante su atenta mirada y lo hice con
fuerza, con ganas, con ritmo. Podía incluso escuchar el sonido de mi mano
resbalando por todo mi aparato.
-¿Te gusta?- cuestioné travieso.
-Sabes que sí- respondió en tono ofuscado.
Está bien. A partir de ahora podría tocarme, pero me molaba
el rollo del “sense privation”, por lo que pasé a sustituir las esposas por un
antifaz que le impidiese ver lo que a continuación tendría lugar. Me senté
sobre él dejando que mi pene tocase en todo momento su vientre y comencé a
acariciarle el cuello. Lo besé, no pude evitarlo. Lo hice con ganas pero
despacio, perdiéndome en su lengua. Lo disfrutaba, lo disfrutábamos, mucho. Mis
manos en garra de nuevo por su nuca mientras seguía moviendo labio contra labio
y lengua contra lengua. Como por instinto, llevé una de mis manos a mi miembro
para seguir masturbándome. Él se dio cuenta y me lo hizo saber con un mordisco
premeditado en el labio inferior.
Masajeé su pecho y seguí por su vientre. En ese preciso
instante en que creería que mi tacto alcanzaría su zona más delicada lo
sustituí por mi boca. Atrapé su glande entre mis labios y, debo admitirlo, lo
disfruté como nunca. Aún persistía algo del sabor a cereza, pero sin embargo
notaba un cambio con respecto a la situación del dormitorio. Quizás se debía a
que nuestro nivel de excitación seguía subiendo a unos niveles desorbitados.
Hice una pausa dramática y procuré no hacer ningún ruido. Su
cara reflejaba algo de extrañeza, pero pronto se percataría de lo que estaba
por suceder. Me arrodillé con habilidad sobre los reposabrazos del sillón y
acerqué mi miembro a sus labios. Los acaricié con el glande e inmediatamente
sacó la lengua con una media sonrisa.
“Chupa…” susurré. Mi pene entró en su boca hasta casi la
totalidad y volvió a salir a la misma velocidad. Repetimos el movimiento varias
veces, mis caderas acompasadas con el meneo de su lengua recibiéndome. Me
encantaba. Sin dejar de hacerlo, le quité el antifaz y dejé que mirase todo mi
cuerpo mientras comía. Agarró la base de mi pene y pasó a chupar con más ganas,
jadeando incluso. Mi cuerpo parecía hacerse eco del suyo y también liberé un
par de jadeos. Me estaba rindiendo al placer y sentía como las riendas se
escapaban de mis manos. No podía ser, quería seguir jugando, quería seguir
prolongando el deseo, pero me sentía débil ante mis ganas de él.
Me dejé llevar. Me tumbé en el sofá y dejé que él se
colocase entre mis piernas para seguir su felación. Sólo se detuvo para
colocarse a mi altura y besarme. Acompañé el momento arañando su espalda y
apretando las caderas para sentir mejor su erección contra mí. El masaje se
convirtió entonces en una especie de lucha cuerpo contra cuerpo. Éramos todo
sensaciones: la del beso, la de nuestros genitales en contacto, la de nuestros
torsos rozándose, nuestros suspiros encontrándose una y otra vez, la oreja de
uno rindiéndose a los dientes del otro…
Nos giramos y yo ocupé el lugar superior. Atrapé sus brazos
y lo besé con fiereza mientras juntaba mi erección con su culo. Sus piernas se
abrían y flexionaban ligeramente como para recibirme.
-Por favor, fóllame- me suplicó.
-¿Sí? ¿Quieres que te dé bien duro, nene?- dije mientras
acariciaba su glande con un par de dedos.
-Hazlo. Hazlo, por favor- me costaba resistirme a su jadeante petición.
Me detuve un par de segundos a observar su sudor y alcancé
de la mesa el bote de lubricante que trajimos del dormitorio “por si acaso”.
Eché un poco en un par de dedos y los llevé al punto de encuentro. Masajeé un
poco su ano para luego introducir uno de mis dedos y seguir masajeando. El
segundo dedo siguió al primero y busqué el clímax de su anatomía interna. Me
sorprendió un inesperado gemido de intensidad media. Sonreí fuertemente, lo encontré.
Saqué un poco los dedos y los volví a introducir. Repetí unas cuantas veces más
y me senté bien cerca preparándome para entrar en él. Los saqué definitivamente
y nos miramos como acordando lo que venía.
Hicimos contacto y empujé muy levemente. Un par de gemidos
suaves se ahogaban en un cojín cercano y mi pene se adentraba muy lentamente en
su cuerpo. “Muy bien, nene”.
Sujeté la base de sus piernas para poder empujar más al
fondo y de nuevo otro gemido ahogado. Cerré los ojos ante la dulce sensación de
su calor interno y me recreé en salir y volver a entrar lentamente hasta lo más
profundo.
Y no, aquí no acababa la noche. Ni siquiera habíamos
alcanzado el punto más álgido de la misma. Tan sólo… habíamos pasado del
preliminar al acto en sí. Se hizo sumamente delicioso, mis embestidas
fundiéndose con unos gemidos que, provenientes de su voz, parecían manifestar
mi propio goce. Dos cuerpos sudando más y más, jugando a encontrarse, alejarse
y volverse a encontrar. El movimiento rítmico y hábil de mis caderas junto a
unos besos en ocasiones dulces, en ocasiones puramente eróticos.
La noche daba para mucho.
Y sí. Continuará…
©Leo Sarmed. 2016.
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