Laura estaba apoyada sobre la encimera, vestida únicamente
con un sujetador de encaje blanco y una braga tanga del mismo color. Supuse que
estaba tomando algo antes de desayunar o quizás ojeaba una de las revistas que
tenía sobre la barra americana.
-No te muevas, no hace falta- dije acercándome a ella.
Yo, un niñato veinteañero, caminando lentamente hacia una
mujer de portada. Aún me costaba creerlo, pero pensaba disfrutar de su compañía
hasta el último segundo.
La abracé desde atrás y acaricié su vientre con las yemas de
mis dedos. Sonreí al ver que soltaba una de las revistas.
-Buenos días- susurré junto a su oído izquierdo.
No dijo nada, tomó aire e imagino que se mordió el labio o
debió de adoptar un gesto similar. Seguí acariciando su vientre mientras besaba
su hombro. Pude notar en mis labios el estremecimiento que provocaba en su
piel; era delicioso...
Ambos mantuvimos el silencio y las caricias. Una de sus manos
se cruzó entre las mías y se enredó entre mis dedos. Su cuerpo se contraía
levemente ante el contacto con el mío. El calor aumentaba entre los dos de la
misma forma en que lo hacía el roce.
Alcé una de mis manos y toqué el límite del sujetador.
Sonreí, conocía aquella prenda a la perfección. Palpé la parte frontal y la
desabroché. Toqué su pecho con ambas manos, sintiéndolos turgentes y bien
situados.
Se inclinó aún más, apretando su trasero contra mi paquete en
aumento. Correspondí su movimiento sujetando sus caderas y tirando de ella aún
más, haciéndola así sentirme más fuertemente.
Le quité la prenda con un rápido movimiento, dejándola caer
por sus brazos. Ella curvó su espalda y posó espléndida ante mí. Me detuve a
mirarle el trasero, bien definido, provocativo... Lo toqué, no contuve mi deseo
de agarrarlo y darle un cachetazo. Ella giró como respuesta a mi actitud
encendida y volvió a provocar el encuentro de nuestros cuerpos.
Esta vez nos besamos; era mucho mejor que la noche anterior.
Hasta sus labios parecían saber mejor. Noté asimismo su deseo. Se manifestaba
en su forma de morderme, de agarrarme, de pedirme a gritos y en silencio que la
poseyese allí mismo.
Podría haber prolongado el momento, pero mi instinto me lo
impedía. Bajé hacia la única prenda que entonces la cubría a toda prisa,
dejando entre sus pechos y su vientre dibujada la estela de mis labios. No pude
ni tan siquiera alzar la mirada.
El tiempo se dilató en interminables segundos. El tacto de la
lencería se rendía bajo las yemas de mis dedos. Pude oler el aroma del
suavizante mezclado con el de la lujuria y las hormonas en ebullición.
Se empezaba a intuir su sexo pero Laura me agarró las manos y
las frenó en seco. Me hizo poner en pie y llevó una mano a mi entrepierna,
acercando sus labios a mí:
-Quiero jugar yo primero.
Su tono evidenciaba sus siguientes movimientos. Palpaba el
bulto que se erguía bajo mi pantalón de pijama y luego me despojó de la prenda.
Se arrodilló ante mí y repitió todo el proceso con mi bóxer.
Fui yo quien en ese momento quedó desnudo, apoyando la
espalda y los codos sobre la barra americana. Mi bóxer había cedido entre sus
manos y mi miembro esperaba el inminente contacto.
Me lanzó una mirada pervertida justo antes de acercar sus
labios a mi glande y besarlo suavemente. Luego sacó la lengua y me lo humedeció
con deleite. Yo estaba a punto de explotar de deseo, de ganas de empotrarla
allí mismo. No obstante, me contuve y la dejé hacer.
Aparté su pelo hacia un lado y ella, agarrando la base de mi
pene, se lo metió casi entero en la boca. Con la otra mano empujé su nuca para
tratar de hacerla engullir. Ganó un par de centímetros y casi alcanza a rozar
mi pubis a costa de una pequeña arcada.
Repetimos el movimiento unas cuantas veces más; mis caderas
tomaron solas el ritmo y casi sin darme cuenta continué follándole la boca.
Ella se entregó totalmente a la felación, probablemente la mejor que había
recibido en mi vida.
La dejó y me miró. Lo que encontraría en mí sería un gesto de
sorpresa y ganas de más. Se levantó y siguió provocándome con un contoneo de
caderas, de espaldas a mí. Me incliné para besarle un cachete y darle otra
palmetada. Acto seguido, le bajé la braga tanga con rapidez.
Rocé mi miembro entre sus nalgas a la par que dejaba mi mano
descender por su sexo en busca de su placer. La toqué, la sentí húmeda y entré
sutilmente en ella. Un dedo, luego dos y hasta tres. Luego abandoné su vagina y
me entretuve con su clítoris.
Se inclinaba aún más para recibirme y yo... bueno, yo seguía
masturbándola con las ganas alcanzando niveles inaguantables. Su respiración se
agitó junto al ritmo de mi manoseo. Mi pulgar se coordinaba con otro par de
dedos y lograban provocar algunos gimoteos ahogados en la increíble chica de
portada.
Coloqué una mano en su cintura y con la otra dirigí mi
miembro hacia su encuentro. La penetré suavemente para empezar, sintiendo como
cedía su cuerpo a mi paso.
Ya dentro, empecé a embestir rítmicamente mientras masturbaba
su clítoris con la mano que me quedaba libre. Mi torso pegado a su espalda, sus
manos apoyadas sobre la encimera y su silueta dibujada en un solo contorno con
la mía.
Aumenté el ritmo de mis penetraciones. Podía sentirla tierna,
húmeda, cachonda... Sus gimoteos me encendían más y más. Deseaba desfogar como nunca,
acabar dentro sin pensar en nada. Ella, a su vez, me incitaba:
-¡Dame! Dame más. No pares- su voz se entrecortaba por los
incesantes jadeos y el vaivén que provocaban mis empujones contra su cuerpo.
Y eso hice, darle más. Sonaba cada colisión, cada nuevo
encuentro de nuestros cuerpos. Un nuevo cachetazo producto de la activación y
lo di todo, follando como un animal en celo.
-¡Sí! ¡Sigue! ¡Me corro...!- gemía con una voz más aguda de
lo normal, propia de las profesionales del cine x.
Nos detuvimos unos pocos segundos. Ahora me tocaba a mí
culminar, pero no lo haría en esa postura. Tampoco en aquel lugar. Nos desplazamos
varios pasos y pronto llegamos a la sala de estar. Siguiendo mis indicaciones,
se colocó en el sofá a cuatro patas, pero no de la forma en que yo tenía
pensada.
Sujeté sus piernas, primero una y luego otra, situándolas en
el reposabrazos del sofá. Con su cabeza apoyada contra un cojín, conseguimos
una inclinación perfecta y una postura de entrega total a mi placer.
Alejó las rodillas y se abrió a mí. Volví a entrar en el
calor de su cuerpo, a sentirla bien, a gozarla. Esta vez actué sin contemplaciones,
lanzando embestidas más propias de la ira que de la lujuria.
-¡Córrete! Vamos, córrete ya- exhalaba extenuada.
-Sí... ya... Ya llega.
Tomé aire, cerré una milésima de segundo los ojos y la saqué
de inmediato para liberar una potente eyaculación sobre su culo. Ambos
respiramos aliviados al instante. Me sentía renovado, pero también agotado.
Nos limpiamos. Yo me quedé sentado en el sofá esperando el
momento oportuno para reaccionar y lancé una sonrisa cómplice a Laura, que
volvía a la barra americana para desayunar y retomar energías.
© Leo Sarmed. 2015.
Relato protagonizado por Laura Manzanedo y dedicado a la misma.
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